Tú, yo y ese tren. Sí, ese tren; el culpable de que los pronombres "tú" y "yo" no pudieran ir ligados por una conjunción nunca más. Claro que sin el empeño de tu padre, que no sabía ver que la felicidad de su hijo no estaba en esa universidad no habrías tenido que marcharte. La universidad de Edimburgo te llamaba, lejos quedaba de Poitiers, muy lejos. Con lo cuál tu adiós probablemente sería para siempre. Yo quería lo mejor para ti, pero me resignaba al hecho de dejarte ir.
No, ya no podía concebir la vida sin ti. No podría vivir sin esos ojos negros que me daban la luz que me faltaba, que alumbraban mi camino cada día. Cuales conformaban una mirada serena y sincera, la cual me daba fuerzas para seguir.
Sin esa sonrisa de pícaro que me partía el alma, que si faltaba mi mundo se derrumbaba y cuando el cielo se me caía encima ella era la responsable de que la mía brotara de nuevo. Mi felicidad dependía de ti.
Tener que sucumbir al hecho de tocar ese pelo ondulado que metafóricamente hablando me recordaba tanto a las olas del mar... Esas que saltábamos juntos aquel verano del 2009, nuestro primer verano. Me encantaba empujarte al saltar contra las olas, ver cómo te dejabas y zambullirte en el agua. Hacer que te ahogabas, al final asustarme y tener que ir en tu busca... Eras mi actor favorito.
Sí, la verdad es que nuestra relación estaba forjada con recuerdos preciosos e inolvidables y no me podía hacer a la idea de que ya no pudiéramos rellenar más nuestro álbum de recuerdos, producto de los momentos tan especiales que se pasaban a tu lado.
El maldito Ave y la decisión de tu padre se llevaron toda ilusión, toda esperanza hacia algo que podría haber llegado a ser el amor de mi vida.
Y mientras te besaba como nunca, deseaba con todas mis fuerzas que en ese beso se detuviera el tiempo, que se hiciera eterno.
Mientras de fondo oí la llamada del tren, sentí cómo una leve lágrima caía por mi mejilla y veía tu mano apoyada en la ventanilla, en el último vagón.
Qué bonita la historia, qué triste el desenlace y qué inoportuna la decisión.
ResponderEliminarA veces el destino juega a su antojo, no tiene en cuenta los sentimientos, es cruel y desconsiderado, egoísta incluso.