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Tal vez me ha incitado a hacerme este blog el hecho de que me cuesta decir lo que pienso, entre otras cosas. Puedo describirme a mí misma con bastante seguridad. Soy pesimista conmigo misma, bastante insegura; aunque cuando estoy segura de algo lucho por mantener bien alta mi opinión. Lo cual deriva a que sea muy cabezota, cosa que muchas veces me juega malas pasadas, pues no suelo guiarme mucho por los consejos de los demás y no me doy cuenta de que tengo que escuchar más allá de mí hasta que me estampo contra algún mal producto de ésta mi cabezonería. Creo que me sacaré el título de ayudante personal, ya que me encanta dar consejos y ayudar a los demás. Demasiado sentimental diría yo... Cosa que tampoco me lleva por muy buen camino, porque ésto me hace ser a la vez ilusa y muchas veces me llevo decepciones. Sí, sueño demasiado. Amante de la música ante todo. Sin música no habría luz ni color. Pienso que ésta es una gran vía que nos lleva y nos ayuda a expresar nuestros más profundos sentimientos. Enamorada de las miradas. Pues creo que ésta es la parte del cuerpo que lo dice todo de una persona. Amo los animales.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Decepción.

Nervios, miedo; tal vez a fallar, a que se me olviden los acordes, la letra. A quedarme en blanco. Pero mi mayor miedo es que mi voz debido a la afonía no de la talla. De todas formas ya es tarde, no puedo echarme atrás. Y tampoco quiero tirar la toalla. Mi turno llega y a la vez mi inseguridad, sí, esa que últimamente me acompaña tanto. Salgo al escenario. Me colocan la banqueta, el micro, me dispongo a sentarme y sin pensarlo, acompañada de mi guitarra comienzo a cantar. De repente me quedo en blanco. Silencio en el salón de actos. Pero sólo pasan unos instantes cuando retomo la canción. 
No me escucho bien. Mi voz atacada por la afonía parece que no va a llegar a la subida de tono del estribillo. Y para colmo la guitarra desafinada. Habrá sido debido al cambio brusco de temperatura del gimnasio al salón o simplemente por ensayar. Todo ello crea una inseguridad en mí tremenda y con ella llega también la incertidumbre y desconcierto. Me empiezo a equivocar con los acordes...  Me levanto y sin pensarlo me dirijo hacia un lateral del escenario, donde se encuentran los del teatro, buscando un punto de apoyo y diciéndoles que no puedo seguir, que suspendan mi actuación. Pero el público pide que salga, animándome. Me siento impotente. Pero a contracorriente del miedo y frente a la presión salgo. 
Lo único que quiero es que corra el tiempo, bueno, rectifico; que corra no, que vuele, y terminar esos momentos de total desconcierto ante algo que había esperado con tantas ganas e ilusión desde hace un año.
Toco mi canción, aunque a medias. Con la guitarra desafinada, luchando contra mi afonía, con los acordes equivocados, dándolo todo por perdido, desanimada. Llego a la mitad de la canción y sin pensarlo dos veces decido darla ya por terminada. Doy las gracias a ese pedazo de público, al cual siento haber defraudado. Me dirijo al gimnasio. Y ahí aparece él en mi busca, en el justo momento en el que estoy buscando su hombro desconsoladamente, ese punto de apoyo que nunca me falta. Su calor, la seguridad que me aporta. Y entonces es cuando rompo a llorar.




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